¿Juventud o juventudes?
Cuando
en nuestras sociedades se habla de la
juventud, se está haciendo referencia a varios sentidos
simultáneamente. ¿Cuáles son esos diversos significados o usos que se hace de la
categoría juventud? Una primera versión, es la que define la juventud como una etapa de la vida.
Dicha definición tiene al menos dos acepciones, por una parte sería una etapa
distinguible de otras que se viven en el ciclo de vida humano, como la
infancia, la adultez, la vejez; y por otra, es planteada como una etapa de
preparación de las y los individuos para ingresar al mundo adulto.
En
segundo término la definición de los rangos ha estado mediada por dichas
condiciones sociales, sólo que ello no se enuncia.
La
tercera versión utilizada para referirse a la juventud, dice relación con un
cierto conjunto de actitudes ante la vida. Por ejemplo, se habla de la
juventud para decir un estado mental y de salud vital y alegre; se usa
también para referirse a un espíritu emprendedor y jovial; también se recurre a
ello para hablar de lo que tiene porvenir y futuro; en otras ocasiones se le
utiliza para designar aquello que es novedoso y actual, lo moderno es joven...
Dichas actitudes son mayormente definidas desde el mundo adulto, a partir de
una matriz adultocéntrica de comprender y comprenderse en el mundo y en las
relaciones sociales que en él se dan. Visto así, el mundo adulto se concibe a
sí mismo y es visto por su entorno como las y los responsables de formar y
preparar a las «generaciones futuras» para su adecuado desempeño de funciones
en el mundo adulto, vale decir: como trabajadores, ciudadanos, jefes de
familia, consumidores, etc.
Una
cuarta versión, es la que plantea a la juventud como la generación futura,
es decir como aquellos y aquellas que más adelante asumirán los roles adultos
que la sociedad necesita para continuar su reproducción sin fin. Esta versión
tiende a instalar preferentemente los aspectos normativos esperados de las y
los jóvenes en tanto individuos en preparación para el futuro.
Otra
forma de desalojar-deshistorizar a las y los jóvenes es planteando que la
juventud es el momento de la vida en que se puede probar. Desde ahí surge
un discurso permisivo «la edad de la irresponsabilidad» y también un discurso
represivo que intenta mantener a las y los jóvenes dentro de los márgenes
impuestos. Se puede probar, pero sin salirse de los límites socialmente
impuestos.
Hasta
aquí estas versiones, son una muestra de lo que más aparece en el sentido común
que día a día se va alimentando de discursos científicos, periodísticos,
comunicacionales, religiosos, políticos, de la calle, del café, de la música,
de la publicidad... Muestran una variedad de modos de concebir, hablar y
representar a la juventud, que entre más nos sumergimos en el análisis
más aparece como desbordando esta forma de referencia. Al parecer, la categoría
usada, no logra contener el complejo entramado social del cual desea dar
cuenta.
Las juventudes cobran vida, se muestran, nos muestran sus diferentes estéticas y
podemos asumir entonces una espíteme integradora, amplia y comprensiva de lo
juvenil. La juventud
niega existencia, porque ella encajona, cierra y mecaniza las miradas; rigidiza
y superficializa el complejo entramado social que hemos denominado las
juventudes. Vamos por el camino de reconocer diferencias, aceptar diversidades,
construir aceptaciones y de esa forma construimos miradas potenciadoras de lo
juvenil.
Si logramos cambiar
nuestras miradas, por cierto que estaremos en condiciones de acercarnos más a
los grupos juveniles y recoger desde ellos y ellas sus expresiones propias de
sueños, esperanzas, conflictos, temores, propuestas. Este es un desafío para
nuestro próximo tiempo, reconstruir categorías y epistemologías que nos
permitan mirar y remirar a las juventudes de nuestro continente con nuevos
ojos, oírles con nuevos oídos, tocarles con nuevas manos, degustarles con otras
bocas y sentirles con nuevos olfatos...
En este proceso de
lograr cercanías y facilitar sus expresiones propias, lo intergeneracional como
posibilidad de encuentro y de reconstrucción de puentes rotos es una exigencia
de cara al nuevo tiempo. Validar el intercambio de experiencias, los
aprendizajes mutuos y por ende la superación de las barreras que la matriz
adultocéntrica nos impone, le otorga una fuerza política importante a la
presencia de las juventudes en nuestras sociedades.
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